¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra?

No es la primera vez que en este videoblog, o antes, en el programa de televisión, hemos alabado la obra de Zidrou y los dibujantes que suelen acompañarle. Sin ir más lejos, “La Piel del Oso” ha estado en nuestro TOP 11 navideño. Así que sería engañarse negar que uno coge “¿Quién le zurcía los calcetines al rey de Prusia mientras estaba en la guerra?” con ciertas expectativas. Sobre todo la de conocer el porqué del título. Las expectativas no son buenas consejeras.

Esta última obra de Zidrou sigue la línea habitual del guionista belga: toca la fibra sensible del lector, apela a su nostalgia y a su humanidad, a esa parcela que se puede desmoronar con un simple golpe de viento. Muy en la línea de “La anciana que nunca jugó al tenis”, el guionista nos presenta una situación cotidiana tan triste y dura que sólo puede sobrellevarse con humor y fuerza de voluntad. En este caso, una anciana cuida de su hijo, un adulto de más de 40 años que sufre una discapacidad mental a raíz de un accidente. Zidrou relata una serie de capítulos inconexos sobre el día a día de esta pareja, que pasa por hacer la colada, preparar la cena o incluso alquilar una película porno. Porque a veces las tareas que parecen más simples son en realidad las más complicadas.

Así que, al igual que en otras obras de Zidrou, pero quizás más que nunca, el estilo afable y el trazo limpio del que suele acompañarse (en este caso del dibujante Roger Ibáñez) esconde una bofetada de realidad y crudeza.

Aunque es cierto que hay cierto leitmotiv amable, una metáfora del pasado en el que fuimos felices, sería benévolo no reconocer que este cómic deja un regusto muy amargo. Las obras anteriores de Zidrou nos llevan a pensar que el guionista abre siempre al final una puerta a la esperanza, pero en este caso no es así. Quizás lo intenta ya que, en realidad, las últimas viñetas son un canto al optimismo. Pero un par de viñetas cargadas de buenas intenciones no pueden sofocar el incendio que se ha ido gestando página tras página y que ha dibujado en la mente del lector una tragedia tan cercana y verosímil como sorprendente. Al menos, y creo que aquí está la clave, visto desde la perspectiva de alguien que ve el problema "desde fuera" y que no tiene en casa una situación similar.

Pero precisamente por eso, no podemos olvidar lo que es realmente este cómic: el retrato de una heroína. Una heroína que no es de ficción y que no lleva mallas ajustadas. Una heroína que vive en la puerta de al lado, o en la tuya propia. Una heroína sacrificada, a la que las circunstancias no le permiten hacer lo único que en realidad no puede dejar de hacer: envejecer.

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