LA OLA PERFECTA


Algunas viejas glorias del cómic que habían estado apartadas del noveno arte comienzan a volver a la palestra. Es el caso de Montesol (“Speak Low”, Sins Entido, 2012) o el prolífico Ramón de España. Este escritor, guionista e incluso director de cine es el responsable de algunas piezas angulares del cómic nacional, como “La noche de siempre” (1981), precisamente con dibujo de Montesol, o “Velvet Nights” (1984), publicado en la revista “Cairo” y con dibujo de Sento. De España vuelve a la carga, y nunca mejor dicho, con "La ola perfecta" (EDT, 2012). No, no es un cómic de surfistas.

Quizás estos autores vuelven ahora gracias al buen momento (o momento menos malo) que está viviendo el cómic en nuestro país, ya sea por interés propio o por interés editorial. El caso es que de España vuelve, y lo hace con ese toque ochentero y quinqui que le popularizó y que le emparenta con creadores de casta como el cineasta Enrique Urbizu. Algo de “Todo por la pasta” e incluso de “No habrá paz para los malvados” hay en este retorno. Se trata, principalmente, de esa voluntad de aferrar la historia a la realidad, a las cosas y a los lugares. Es por eso que en este cómic Barcelona es Barcelona y Bilbao es Bilbao, y por eso el tebeo comienza con una redada en Razzmatazz y no en cualquier discoteca anónima.

Pero esta verosimilitud, o este realismo más bien, no es simplemente decorativo. Los personajes tienen ese hablar de la calle y los temas son temas calientes. Y es que, aunque parece haber una cortina de humo sobre el tema principal de este cómic, queda bastante claro que el tema es ETA. Sí, hay una historia de amor, incluso de acción, y se habla de dolor y de pérdida. Pero la portada no deja lugar a dudas: un ciudadano a cara descubierta apunta a la nuca de un encapuchado atado a una silla. Ese es el tema y hasta aquí quiero leer.

La ola perfecta” no es un cómic perfecto. Parece que de España se ha quedado un poco anclado en los 80, por forma y fondo. Pero en este aspecto demodé está un poco el encanto del proyecto. Primero porque de España se mantiene fiel a su estilo y evita adaptarse a nuevos tiempos o, lo que sería peor, a nuevas modas. Segundo porque, leyendo este cómic, uno experimenta la encantadora sensación de tener un producto pulp entre las manos: algo refrescante y directo, sin florituras ni cortapisas. Incluso la narrativa de Sagar, uno de los dibujantes de la nueva ola barcelonesa, resulta algo amateur, en el mejor sentido de la palabra, y su trazo funciona mejor viñeta a viñeta que no como parte de algo secuencial. Las imágenes se disfrutan a pelo, con intensidad, como la historia. Parece escrita y dibujada con las tripas.

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