PATRULLA 142

Uno no se empieza a leer un tebeo de boy scouts con grandes expectativas, la verdad. Así que cogí “Patrulla 142” (La Cúpula, 2012), del escocés Mike Dawson, no con recelo, sino más bien con la única intención de pasar un rato agradable, al sol, con un combinado refrescante en una mano y un tebeo en la otra.

Uno empieza a leer “Patrulla 142” y, no sabe porqué, no puede parar. Y aparentemente no pasa nada especial: un puñado de críos cantando alrededor de una hoguera, haciendo pruebas de resistencia y en comunión con la naturaleza. Muy de película americana de las tres de la tarde, y eso supone una barrera: aquí no entendemos de qué va todo eso de los boy scouts... Así que, insisto, uno no sabe porqué no puede parar de leer “Patrulla 142”, pero sabe que ahí hay algo, latente y a punto de estallar, que le obliga a seguir leyendo. Vaya por delante que Dawson sabe cómo contar una historia.

Tras el comportamiento de los niños (sus juegos, sus insultos, sus abusos), se esconde una trama mucho más madura y también mucho más sutil. Hay, durante todo el cómic, un sentimiento contradictorio sobre la homosexualidad: comportamientos a veces homófobos y a veces homófilos, tanto entre los jóvenes boy scouts como entre sus padres y monitores. Y durante la semana en la que transcurre la acción de este cómic todas esas sensaciones van madurando, se van cocinando a fuego lento, en un ambiente que no deja de ser extraño para los chicos y que parece agradar más a los padres que a los propios boy scouts.


Pero sobre todo, que se entienda esto: “Patrulla 142” no es un cómic homosexual, ni para lectores homosexuales, ni siquiera un cómic sobre la homosexualidad. Sinceramente, no sé si ninguno de los personajes de esta obra es homosexual, pero muchos de ellos sí se relacionan de alguna forma con esta inclinación sexual: de manera íntima o pública, exhibiéndose o escondiéndose, mofándose o sufriendo, desde fuera o desde dentro.

Y alrededor de todas estas dudas que en realidad no llegan a concretarse en ningún momento, a expresarse de manera directa, Dawson disecciona la relación siempre compleja entre adultos y adolescentes, entre padres e hijos.

Al final uno se da cuenta que lo de los boy scouts es lo de menos, pero no por eso lo menos importante. Porque en ese ambiente campero y salvaje, henchido de testosterona, dentro de una organización con una estructura casi militar y a veces uno diría que sectaria, es donde estos jóvenes crecen, se relacionan con los demás y con los adultos, y donde los adultos se relacionan con ellos (cada uno de ellos con sus dudas y sus debilidades). Afloran entonces conceptos como el autoritarismo, la desobediencia, la vergüenza, la fraternidad, y también el poder y la dominación. Una serie de elementos que acabarán siendo pilares en la educación de estos jóvenes como adultos, y en la de estos adultos como padres.

Y por si todo esto no fuera poco, va Dawson y cierra el cómic con uno de los mejores finales que he leído últimamente, dejándote ahí un poso de dolor, tristeza y soledad que te empuja a maldecir al autor porque acaba de hurgar ahí donde duele. Un mensaje universal sobre el lugar que ocupamos y lo pequeños que somos.

Sencillamente brillante, brillantemente sencillo.

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